Un punto de partida hacia las obras e influencias en la filosofía de Platón
Por Catalina Núñez Saballa
El verdadero nombre de
Platón (429-347 a. de C.) es Aristocles, Platón es sólo un apodo que significa
“el de hombros anchos”. Perteneció a una familia noble y es descendiente de
Solón por parte materna, por ende, tuvo la mejor educación que un joven podría
recibir en aquellos años. Desde muy temprana edad se mostró sumamente
interesado por la poesía y por la política, y en sus veintitantos años cuando
conoció a Sócrates cambió el rumbo de este pensador, ya fue un encuentro
decisivo para su vida y específicamente, para su pensamiento.
Pero ocurrió un suceso en
su vida que logró marcarlo permanentemente. Con la reinstauración de la
democracia, se llevó a cabo uno de los peores crímenes posibles a ojos de
Platón: la sentencia a muerte de su maestro, Sócrates, el sabio, el faro que
logró iluminar y cambiar el rumbo de la vida de este pensador. Ciertamente,
este fue el golpe decisivo a la confianza que poseía Platón frente a las formas
políticas que eran utilizadas en la polis.
Tras
la muerte de Sócrates (399 a. de C.), Platón abandonó Atenas para emprender una
serie de viajes que constituían el currículum básico de todo sabio que se
apreciase. Primero se refugió en Megara,
donde fue acogido durante tres años por el filósofo Euclides, pero no el famoso
matemático autor de los Elementos, luego viajó a Cirene, al sur de
Italia, el cual es considerado el centro de actividad de los pitagóricos. Pero,
las eventualidades de la vida lo llevaron a tener contacto con Dionisio I, con
quien no poseía una buena relación, por lo cual este tirano, como lo llamaba
Platón, decidió venderlo como esclavo en Egina, y aunque Platón estuvo a punto de ser
ejecutado en aquella isla, fue reconocido y rescatado por Anicérides de Cirene,
quien lo compró y lo envió de regreso a Atenas. Fue precisamente tras su primer
viaje a Siracusa cuando Platón fundó la Academia, la cual es considerada por
algunos como la primera universidad europea (Dal Maschio, 2015, p. 17).
Este centro de enseñanza
y formación fue creado para sus discípulos en un terreno situado a las afueras
de Atenas, y poco se sabe del programa de estudios que la Academia llevaba a
cabo con sus alumnos, pero sí queda evidencia de su ideal formativo, el cual
fue expuesto en La República, y en donde se aseguraba que los
estudios debían llevarse a cabo en un estimado de quince años de formación, en
el cual los primeros diez se centraban en la enseñanza de las matemáticas,
estudio que Platón consideraba fundamental debido a que preparaba al alma
para la comprensión de las Formas, y, por lo tanto, de la realidad. Mientras
que los últimos cinco años de estudio debían centrarse en las cuestiones
propiamente filosóficas.
Aunque la evidencia de la
importancia que se le daba a los estudios matemáticos radica en el dintel que
colgaba a la entrada de la Academia, en donde podía leerse claramente: “que
no entre nadie que no conozca la geometría”. Mientras que, por otra parte,
se posee como fuente confiable a Aristóteles, quien constata sobre cómo los
recién llegados a la Academia se quedaban estupefactos esperando estudiar
acerca del Bien y el Mal, pero no recibían más que enseñanzas acerca de
Matemáticas, Astronomía, Geometría, el Uno y el límite.
Pero, ¿quién fue
realmente Platón? ¿qué postuló y cómo llega a nosotros su filosofía? Existen
miles y miles de libros de pensadores y estudiosos dedicados a Platón, pero
muchos de estos volúmenes no son acerca del pensador griego, sino sobre rectitudes
que se han sostenido instaurándose en su nombre y en torno a su pensamiento.
A lo largo de su vida,
Platón escribió varías obras sobre diversos temas, entre las cuales destacan,
la apología de Sócrates, el Protágoras, La República, Gorgias
y el Menón, el Banquete, Fedón, Fedro, Teeteto, Parménides y el
Timeo. Claro que es difícil estimar las fechas en las cuales fueron
escritas estas obras, es por ello que se han ordenado a través de un orden
relativo que incluye la utilización de un método que toma en cuenta el uso
lingüístico de Platón en ciertas obras, las referencias externas, referencias
internas, entre otros, lo cual ha dado lugar a múltiples cronologías en función
de la opinión de cada estudioso que se atreve a intentar dar un orden coherente
a estas obras. Pero se puede destacar un consenso en las cuales se agrupan las
obras fundamentales de este pensador, y estos son, el periodo socrático, su
periodo de transición, sus obras de madurez y obras de vejez, categorizaciones
en las cuales se reparte la totalidad de sus obras.
Sin embargo, la
composición de sus obras posee la capacidad de dejar, muchas veces, perplejo a
quien está las está leyendo y estudiando. No es posible darse por satisfecho
ante las lecturas de sus obras, pues no se encargan de dar una respuesta
concreta, como, por ejemplo, en los diálogos socráticos no se formulan ni se
expresan opiniones o teorías, sino que se van examinando las de los demás, y
Sócrates por su parte sólo afirma una cosa, que no sabe absolutamente nada. Por
ende, claro que es normal no terminar de entender estas obras o posicionarse
ante ellas con cierto recelo y desconfianza. Aunque es preciso alabar la
perfección formal que se encuentra presente en la obra platónica, y ante esto,
prácticamente todo el mundo sabe que Platón no solo fue un gran filósofo, sino
que además un grandísimo escritor, esto es posible de recalcar debido que
Alexandre Koyré evidencia en su Introducción a la lectura de Platón
(1992), que “todos sus críticos e historiadores alaban unánimemente su
incomparable talento literario, la riqueza y la variedad de su lengua, la
belleza de sus descripciones y el vigor de su genio inventivo, todo el mundo
reconoce que los diálogos platónicos son admirables composiciones dramáticas en
las cuales nuestros ojos chocan y se confrontan las ideas de los hombres que
las sustentan, y todos notan, al leer un diálogo de Platón, que podrá se
representado, ser llevado a las tablas (p. 27)”.
En
la representación que se posee de Sócrates a través de estos diálogos
socráticos, Koyré (1992) indica que se puede vislumbrar un claro mensaje, el
cual no es doctrinal, sino que corresponde a una enseñanza más bien orientada a
una lección de método, pues Sócrates se dedica a enseñar con precisión el uso y
el valor propio de las definiciones de los conceptos que eran empleados en los
debates, dedicándose a corregir y a instar el correcto uso de dichos conceptos,
pero no sin antes realizar una revisión profundamente crítica de las palabras
emitidas por su adversario, el maestro Sócrates sólo se limitaba a rectificar
lo poco que se sabía respecto de la lengua y sus usos, constituyendo en este
método dialéctico un punto de partida oportuno para repensar el uso que se le
daba a ciertos conceptos, los cuales eran mayormente usados en contextos no
apropiados, perdiendo de esa forma el significado verdadero y puro de la
palabra (p.25).
Pero al parecer, el
pensamiento platónico fue creándose a partir de los antiguos problemas sin
resolver que había legado Heráclito y los nuevos problemas que eran capaces de
crear los discípulos de este pensador respecto al principio de flujo universal.
Aunque si la teoría del flujo universal se hubiese limitado meramente a los
fenómenos y a las cosas naturales, ni Sócrates ni Platón habrían tenido la
posibilidad de entrar en la polémica de la manera tan radical en la que lo
hicieron, esto se debe fundamentalmente a que se posicionaron en una mirada en
la que se presume que, si este flujo es verdaderamente universal, entonces debe
incluir al hombre, sus actos y también al conocimiento que el hombre posee
respecto de las cosas. Y es precisamente en aquel punto en el cual Sócrates y Platón chocan con los
postulados de los sofistas (Giannini, 1995, p.44).
Además, se sabe que
Platón tuvo contacto con una secta religiosa de origen oriental, y es debido a
ella que se vio influido en la concepción que posee de la separación tajante
que existe entre la realidad perteneciente al cuerpo y la del alma, y además la
profunda creencia que este pensador posee respecto a la idea de que el alma es
indestructible, que posee una cualidad inmortal. Ahora bien, la concepción que
posee del ser y del saber se vio fuertemente influenciada por el pensamiento de
Parménides, pero en las cuestiones relacionadas con el alma se aprecia, como ya
se ha mencionado antes, la influencia de los cultos órficos, y además de la
secta filosófico-religiosa de los pitagóricos. Es debido a ellos que la
doctrina de la reencarnación y la contraposición entre cuerpo y alma pasan a
ser elementos de carácter propiamente platónico, y los textos fundamentales
para vislumbrar esta psicología platónica son el Fedro, el Fedón,
y obviamente, La República.
De acuerdo a lo anterior,
es posible afirmar que el alma en Platón es pensada de acuerdo a los principios
pitagóricos de la inmortalidad y la trasmigración de las almas, ya que, según
las palabras de Platón, el alma es la causa de que el cuerpo logre vivir, esto
significa que el alma es portadora de la vida y, por ende, no muere, lo único
que muere en este caso es el cuerpo, el cual pertenece a la realidad sensible.
El alma como portadora de vida es principio de movimiento de sí misma, ya que
producto de su naturaleza y de sus continuas reencarnaciones, tiene por
cualidad ser imperecedera. Además, el alma es quien provoca el movimiento que
ejerce el cuerpo desde el interior. Por lo anterior mencionado es que el alma pertenece
al mundo inteligible, ya que es inmaterial, se encarga de transformar el cuerpo
del hombre, lo dota de sabiduría y lo pone en estrecho lazo con el conocimiento
de la verdad. Frente a esto posible apreciar en Platón que el cuerpo corresponde
a aquel lugar en el cual se instalan las pasiones, las injusticias y todos los
actos negativos que afectan al hombre, pero el alma, a través de la educación,
es la que puede llegar a alcanzar toda la virtud capaz de contrarrestar los
actos negativos dotándose a sí misma de sabiduría (Chacón, 2012, p.140).
Además, es preciso hacer
notar el pensamiento de Platón acerca de la naturaleza del alma, y respecto a
esto se puede apreciar hacia el fin de la República, y a partir de
múltiples discusiones sobre las partes y funciones del alma, que el tema es
introducido de la siguiente manera:
¿Sabes, dije, que el alma
es inmortal y que nunca se destruye?, y él (Glaucón) me miró sorprendido y
dijo: no, por Zeus. ¿Puedes acaso demostrarlo?
(608
d).
Desde épocas muy
tempranas es posible encontrar la creencia de la inmortalidad respecto de
aquella parte del hombre que es denominada psyche, la concepción del
alma como la parte más elevada del hombre pareciera haber sido llevada a Grecia
por algunos maestros místicos y profetas órficos, para ellos, esta psyche inmortal
correspondía a la potencia intelectual del hombre. Para Platón, esta especie de
inteligencia es lo más divino presente en el hombre y además, lo más
esencialmente humano, puesto que es el único elemento que el hombre no comparte
con el reino animal, importantísima diferencia que existe entre la doctrina
platónica y la cristiana.
Por otra parte, se puede
identificar que en la última conversación que Sócrates mantuvo con sus
discípulos, se manifestó la inmortalidad del alma, ya que el maestro de Platón
hace uso de aquella premisa para respaldar su tranquilo estado y falta de temor
al enfrentarse a la muerte inminente. Ante esta manifestación, Sócrates se
dedica a enumerar una serie de demostraciones que va desgranando a lo largo del
dialogo presente en el Fedón, el cual es también conocido como, del
Alma.
Dal Maschio (2015)
insiste en que el primer argumento para la demostración de la preexistencia del
alma descansa sobre un razonamiento un tanto curioso, pues en percepción del
propio Sócrates no es posible poner en discusión el hecho de que todas las
cosas se originan a partir de un contrario, pues “la belleza es lo contrario
de la fealdad y lo justo de lo injusto, y a infinidad de otras cosas les sucede
lo mismo”. Esta es razón suficiente, según este pensador, para probar
además que desde los muertos se originan los seres vivientes, y a partir de
ello necesariamente surge su contrario, el revivir, y si esto se da de tal
manera, las almas de los vivos deben existir antes en algún lugar (p.104).
Mientras que el segundo
argumento es el de la anamnesis, que destaca el hecho de que podemos
llegar a conocer ideas como las de “igualdad”, que no existen como tales en el
mundo sensible, por ende, sólo es posible acceder a ellas si ya hemos nacido
con ellas, conociéndolas inclusive antes de nacer, a partir de lo cual se
deduce que las almas existían antes de haberse unido a los cuerpos y que
poseían un entendimiento previo. Con los argumentos de Sócrates queda más que
clara la preexistencia del alma, pero no ha logrado demostrar cómo es que el
alma sobrevive tras la muerte del cuerpo. Ante esto, Platón recurre a un
razonamiento de carácter analógico que funciona del siguiente modo: se trata de
comparar dos objetos, y se comprueba que el segundo comparte unas cuantas
características esenciales con el primero, y a partir de allí se afirma que
comparte todas las demás características del primero. Por ende, el auténtico
ser (las Formas) es eterno, invisible, uniforme, indisoluble y siempre idéntico
a sí mismo, por lo cual el alma también tiene la característica de ser
indisoluble e invisible, ya que ella se relaciona con las Formas debe
necesariamente pertenecer a la misma categoría que las Formas, y ser del mismo
modo que ellas, eterna y siempre idéntica a sí misma.
La
teoría de las Formas de Platón, en palabras de G. M. Grube (1987), constituye
una aceptación de realidades absolutas, eternas, de carácter inmutable,
universal y completamente independientes del mundo correspondiente a los
fenómenos, por ejemplo, de la belleza absoluta, de la justicia absoluta y de la
bondad absoluta derivan las entidades de todas aquellas cosas que son
denominadas bellas, justas o buenas. La palabra idea en este contexto de
estudio es una transliteración engañosa del término griego ίδέα, el cual en
conjunto con su sinónimo είδος, es aplicada a menudo por Platón a estas realidades de
carácter supremo y absoluto, y la traducción más aproximada para esto sería
“forma” o “semblante”, pero el desarrollo de estos términos posee una larga
historia. Aunque debido a lo anterior mencionado es más preciso hablar de una
“teoría de las formas”, a pesar de que la expresión que se ha impregnado en la
sociedad ha sido la de “teoría de las ideas” (p. 19).
Pero la escuela milesia
de filosofía, aproximadamente dos siglos antes de Platón, tuvo la intensión de
intentar reducir la variedad del mundo físico a una única sustancia subyacente.
Ante la pregunta: ¿de qué está constituido el mundo?, Tales de Mileto
constató que estaba constituido por agua, mientras que Anaxímenes afirmaba que
todo estaba conformado por aire, mientras que Anaximandro, por otro lado,
insistía en que todas las cosas estaban conformadas por un substrato material
que denominó: lo finido o infinito (τό άπειρον). Y guiado por esta concepción,
Parménides logró afirmar la existencia de lo Uno, aquello que se corresponde
como algo eterno e inmóvil, negando por completo la realidad de todo cambio, y
con ello, negando también la de todos los seres sensibles. Aunque esto sólo
logró comprobar que la hipótesis de los milesios carecía de firmeza, era
insuficiente, puesto que si la única Realidad es una sustancia ultima de
carácter homogéneo, entonces no habrá nada capaz de dar cuenta de ningún
movimiento, cambio o pluralidad, y al ser la única cosa existente, tiene por
deber permanecer siendo siempre lo mismo, sin capacidad de transformarse nunca
en alguna otra cosa y con ello, ninguna otra cosa poseería la capacidad de
llegar a la existencia. Por otra parte, Heráclito insistía en la mutabilidad de
las cosas, afirmando que todo se encuentra en movimiento, todo fluye, y si bien
dejaba caer cierto peso creacional en el logos, atribuía al fuego también
cierto tipo de realidad superior. Por cierto, se debe destacar que fue Empédocles
quien logró resolver el enigma planteado por Parménides en su momento, y a
partir de ello postuló cuatro elementos permanentes, fuego, aire, tierra y
agua, y dos principios de movimiento, atracción y repulsión, o visto de otra
manera, amor y odio, como logró determinarlas él poéticamente. Luego,
Anaxágoras insistió en la permanencia de las cualidades y situó al nous
o intelecto como origen del movimiento y principio que rige al universo.
Todas estas teorías
intentaban responder a la necesidad de saber qué fue aquello que se constituyó
primeramente y que logró constituir todo lo demás. Frente a esto, nació la
necesidad de una educación general que aumentaba a medida que se desarrollaba
la democracia. Ante esto, Platón realizó el más grande acto de todos ellos,
frente a las palabras de Protágoras: “el hombre es la medida de todas las
cosas”, Platón lo interpretó a manera de que aquello que yo percibo o
siento es verdadero para mí, mientras que aquello que tu sientes o percibes es
verdadero ara ti, y que no existe ningún otro criterio de conocimiento.
En el Teeteto,
Platón pone en manifiesto como a partir de lo anterior mencionado se deduce que
conocimiento y sensación son lo mismo, de modo que resulta imposible llegar a
un conocimiento real, y no cabe en ello ni la ciencia ni la filosofía. Además,
existe evidencia contundente de que Gorgias había afirmado que no hay nada que
conocer y que, si lo hubiese, no sería posible conocerlo, puesto que no
podríamos comunicar nuestro conocimiento con los demás. Tal negación de las
normas llevó a los sofistas a considerar la ley y la moralidad como meras
convenciones. Y Platón describe a estas personas como gente que no vacila en
predicar una doctrina que abarca un profundo egoísmo radical. De este modo, el
escepticismo se abrió camino en la segunda mitad del siglo V, cuando Sócrates
desplegaba apenas su actividad en Atenas, y Platón aceptó el método socrático
que venía de la mano con él. En los diálogos platónicos es posible admirar la
teoría de las Formas de manera bastante completa y desarrollada.
Ahora bien, el núcleo del
pensamiento platónico radica en su ontología, las concepciones ontológicas y
epistemológicas de este filósofo poseen una gran importancia para toda la
tradición filosófica, partiendo por la concepción del término logos, el
cual en griego se designa tanto para el pensar como para el discurso. La
epistemología, por su parte corresponde al discurso acerca de la ciencia, o
generalizando aún más, abarcaría lo que hoy en día es llamado la teoría del
conocimiento, abarcando qué podemos conocer y cómo es que se produce el
conocimiento. Estos dos ámbitos se vinculan estrechamente en la filosofía de
Platón, puesto que a partir de ellos se llega descubrir cómo está conformada la
realidad y en qué consiste.
Ante
esto, Grube (1987) precisa que al volver la mirada hacia los diálogos
platónicos, es posible que nos sorprenda inmediatamente el hecho de que la
teoría de las Formas posee una inmensa amplitud, aunque ocupa un espacio
relativamente escaso en sus obras, es posible encontrarla en el Fedón y
el Banquete, y se mantendría presente altamente en los libros centrales
de la Republica, en el Fedro y en Parménides, el cual destaca
que ya es posible percibirla ya más estabilizada en un nivel en el cual la
existencia de ciertas realidades trascendentes se dan definitivamente por
garantizadas, pero no se ofrece una explicación completa de este supuesto, a
pesar de que da el paso de entrada a muchos problemas que exigen una justa
solución (p. 28).
Es preciso recalcar que,
para Platón la ciencia verdadera, la única que es digna del hombre, no es posible
aprenderla a través de los libros, no se le impone al alma a partir de lo que
viene desde el exterior, sino que el alma la alcanza, la descubre, la inventa
en sí y por sí misma, a través de su propio trabajo interior. Y las preguntas
planteadas por Sócrates no hacen más que incitarla, fecundarla y guiarla, pues
el alma misma debe darles una respuesta. Y quienes no pueden acceder a ella,
bueno, Platón jamás pretendió que la filosofía fuese accesible para todo el
mundo ni que cualquiera sea capaz de ejercitarse en ello, incluso se dedicó a
enseñar todo lo contrario (Koyré, 1992, p. 31.)
A estas alturas el razonamiento de Platón se puede resumir más o menos así:
Cómo ya había afirmado en su momento Parménides, la razón muestra que el ser ha de ser idéntico a sí mismo e inmutable, pero a diferencia del eleático, no Uno, sino múltiple (las Formas).
Conocer significa conocer el ser, pues no es posible conocer el no ser. Ser y conocer son idénticos y, por consiguiente, el conocer ha de tener las mismas características del ser (fijo e inmutable).
Sin embargo, la información que nos proporcionan los sentidos es cambiante y engañosa. Un objeto en la distancia puede parecer más pequeño que el mismo objeto cuando está próximo a mí, cuando tengo fiebre me parece que hace frio, aunque no lo haga, por consiguiente, los sentidos no son fuente de conocimiento, sólo de opinión o de ignorancia.
Además, la realidad (las Formas) no son objeto de la experiencia porque no forman parte de este mundo.
En consecuencia, el conocimiento solo
puede resultar del razonamiento puro sin la contaminación de los sentidos ni
del cuerpo.
Con respecto a la
filosofía política y a la filosofía moral de Platón, este pensador se refirió a
ellas a través de la acción pura y dura. El problema político desempeña un
papel importantísimo en la filosofía de Platón, aunque por supuesto, ningún
griego podría verse desinteresado en la vida política. Sobre esto se podría
mencionar que la obra completa de Platón esta subtendida por preocupaciones
políticas, y que problemas tales como la enseñanza filosófica, el criterio y
medio de formación de una elite no son más que problemas políticos tapizados.
Como ya se ha mencionado antes, la muerte de Sócrates fue lo que abrasó el alma
de Platón, y lo que encendió el fuego de la filosofía en ella. Esta impresión
que le produjo su maestro y su recuerdo alimentaron la llama presente en la
filosofía de Platón.
El Estado ideal para este
filósofo se compone de tres clases que permanecen rígidamente separadas y cada
una con funciones específicas. En el ápice se encuentran los
filósofos-guardianes, que ordenan y gobiernan, luego los militares que velan
por mantener el orden del Estado, y al final se encuentran los ciudadanos
productores, cuya misión se limita a abastecer a la polis de los medios
necesarios para subsistir. Con respecto a esta clase productora que se
caracteriza por ser inferior, Platón no tiene mucho que decir, lo importante es
que esta muchedumbre produzca y obedezca. Un Estado así organizado, en el que
cada cual ocupa su lugar “natural” y cumple con las funciones que le
corresponden se encamina firmemente hacia el Bien y la Justicia.
Con respecto a la
política de Platón, Dal Maschio (2015) indica que el alma justa sólo puede ser
aquella en la que gobiernan los mismos principios del trabajo y gobierno que
entre las tres clases sociales, las cuales se subdividen de la siguiente
manera:
--->Alma racional gobierna
Alma
irascible ---> pone su energía al servicio de los designios
del alma racional
---->Alma
concupiscente meramente
se pliega a ello
Platón destaca de manera
bastante original los orígenes del Estado y la manera en la cual debe
organizarse para garantizar la prosperidad y felicidad (del Estado). En la
actualidad, esta manera de ver a la sociedad se podría asociar a una suerte de Mein
Kampf. Sin embargo, antiguamente todo funcionada de otra manera, aunque no
deja de ser una cuestión bastante delicada al darle un vistazo en perspectiva.
No obstante, es indiscutible que Platón representa un gran hito en la historia
de la filosofía debido a los temas que abarca en sus obras y sobre todo
respecto a la metafísica, ya que delimita por primera vez en la historia casi
todos los ámbitos que demarcan el cometido de la filosofía, y por otra parte
está la importancia de su valor literario, que logró tener una influencia
determinante en el desarrollo posterior de la filosofía (Dal Maschio, 2015, p.
122).
Para finalizar, se debe
destacar que Platón realizó sus doctrinas filosóficas mediante mitos y
alegorías. En su "teoría de las formas" sostuvo que el mundo sensible
es solo una "sombra" de otra más real, imperecedera e inmutable. De
ese mundo proviene el alma, pero el cuerpo del ser humano funciona a modo de
cárcel para ella, y provienen desde allí también las ideas universales que conforman
la realidad. Platón también es considerado como uno de los fundadores de la
filosofía política al considerar que un Estado justo estaría gobernado por filósofos.
Intentó también plasmar en un Estado real su original teoría política, razón
por la cual viajó dos veces a Siracusa, Sicilia, con intenciones de poner en
práctica allí su proyecto político, pero fracasó de una manera terrible en
ambas ocasiones, de las cuales apenas logró salir con vida gracias a las
acciones de sus opositores.
Sus ideas dieron base al
llamado neoplatonismo, defendido por filósofos como Plotino y Porfirio, logró
influir fuertemente y de manera directa en las religiones cristianas, judías e
islámicas durante la Edad Media. El platonismo posteriormente fue criticado por
filósofos como Nietzsche, Heidegger y Karl Popper. No obstante, su influencia
como autor y pensador ha sido descomunal en toda la historia de la filosofía,
de la que se ha dicho con frecuencia que alcanzó identidad como disciplina
gracias a sus magníficas obras, dejando un legado invaluable y muy preciado que
reside aun en la actualidad.
Referencias
Chacón, Ángel, et all. (2012). El
sustrato platónico de las teorías pedagógicas. Tiempo de educar. Vol. 13,
N° 25. UNAM, México. P. 139-143.
Dal Maschio, E. A. (2015). La verdad
está en otra parte. Editorial Bonalletra Alcompas, S.L. ISBN:
978-84-17506-12-4. P. 13- 20, 50-75, 97- 122.
Giannini, Humberto. (1995) Breve
historia de la filosofía. Editorial Universitaria. Santiago de Chile. ISBN:
956-11-0321-3. P. 43- 47.
Grube, G. M. A. (1987). El pensamiento de
Platón. Traducción de Tomás Calvo Martínez. Editorial Gredos. Madrid, España. ISBN:
84-249-2211-5. P. 19- 25.
Koyré, Alexandre. (1996). Introducción
a la lectura de Patón. Alianza Editorial. Madrid, Espala. P. 23- 56.
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