Un punto de partida hacia las obras e influencias en la filosofía de Platón

 

Por Catalina Núñez Saballa



El verdadero nombre de Platón (429-347 a. de C.) es Aristocles, Platón es sólo un apodo que significa “el de hombros anchos”. Perteneció a una familia noble y es descendiente de Solón por parte materna, por ende, tuvo la mejor educación que un joven podría recibir en aquellos años. Desde muy temprana edad se mostró sumamente interesado por la poesía y por la política, y en sus veintitantos años cuando conoció a Sócrates cambió el rumbo de este pensador, ya fue un encuentro decisivo para su vida y específicamente, para su pensamiento.  

Pero ocurrió un suceso en su vida que logró marcarlo permanentemente. Con la reinstauración de la democracia, se llevó a cabo uno de los peores crímenes posibles a ojos de Platón: la sentencia a muerte de su maestro, Sócrates, el sabio, el faro que logró iluminar y cambiar el rumbo de la vida de este pensador. Ciertamente, este fue el golpe decisivo a la confianza que poseía Platón frente a las formas políticas que eran utilizadas en la polis.

Tras la muerte de Sócrates (399 a. de C.), Platón abandonó Atenas para emprender una serie de viajes que constituían el currículum básico de todo sabio que se apreciase. Primero se refugió en Megara, donde fue acogido durante tres años por el filósofo Euclides, pero no el famoso matemático autor de los Elementos, luego viajó a Cirene, al sur de Italia, el cual es considerado el centro de actividad de los pitagóricos. Pero, las eventualidades de la vida lo llevaron a tener contacto con Dionisio I, con quien no poseía una buena relación, por lo cual este tirano, como lo llamaba Platón, decidió venderlo como esclavo en Egina, y aunque Platón estuvo a punto de ser ejecutado en aquella isla, fue reconocido y rescatado por Anicérides de Cirene, quien lo compró y lo envió de regreso a Atenas. Fue precisamente tras su primer viaje a Siracusa cuando Platón fundó la Academia, la cual es considerada por algunos como la primera universidad europea (Dal Maschio, 2015, p. 17).

Este centro de enseñanza y formación fue creado para sus discípulos en un terreno situado a las afueras de Atenas, y poco se sabe del programa de estudios que la Academia llevaba a cabo con sus alumnos, pero sí queda evidencia de su ideal formativo, el cual fue expuesto en La República, y en donde se aseguraba que los estudios debían llevarse a cabo en un estimado de quince años de formación, en el cual los primeros diez se centraban en la enseñanza de las matemáticas, estudio que Platón consideraba fundamental debido a que preparaba al alma para la comprensión de las Formas, y, por lo tanto, de la realidad. Mientras que los últimos cinco años de estudio debían centrarse en las cuestiones propiamente filosóficas.

Aunque la evidencia de la importancia que se le daba a los estudios matemáticos radica en el dintel que colgaba a la entrada de la Academia, en donde podía leerse claramente: “que no entre nadie que no conozca la geometría”. Mientras que, por otra parte, se posee como fuente confiable a Aristóteles, quien constata sobre cómo los recién llegados a la Academia se quedaban estupefactos esperando estudiar acerca del Bien y el Mal, pero no recibían más que enseñanzas acerca de Matemáticas, Astronomía, Geometría, el Uno y el límite.

Pero, ¿quién fue realmente Platón? ¿qué postuló y cómo llega a nosotros su filosofía? Existen miles y miles de libros de pensadores y estudiosos dedicados a Platón, pero muchos de estos volúmenes no son acerca del pensador griego, sino sobre rectitudes que se han sostenido instaurándose en su nombre y en torno a su pensamiento.

A lo largo de su vida, Platón escribió varías obras sobre diversos temas, entre las cuales destacan, la apología de Sócrates, el Protágoras, La República, Gorgias y el Menón, el Banquete, Fedón, Fedro, Teeteto, Parménides y el Timeo. Claro que es difícil estimar las fechas en las cuales fueron escritas estas obras, es por ello que se han ordenado a través de un orden relativo que incluye la utilización de un método que toma en cuenta el uso lingüístico de Platón en ciertas obras, las referencias externas, referencias internas, entre otros, lo cual ha dado lugar a múltiples cronologías en función de la opinión de cada estudioso que se atreve a intentar dar un orden coherente a estas obras. Pero se puede destacar un consenso en las cuales se agrupan las obras fundamentales de este pensador, y estos son, el periodo socrático, su periodo de transición, sus obras de madurez y obras de vejez, categorizaciones en las cuales se reparte la totalidad de sus obras.

Sin embargo, la composición de sus obras posee la capacidad de dejar, muchas veces, perplejo a quien está las está leyendo y estudiando. No es posible darse por satisfecho ante las lecturas de sus obras, pues no se encargan de dar una respuesta concreta, como, por ejemplo, en los diálogos socráticos no se formulan ni se expresan opiniones o teorías, sino que se van examinando las de los demás, y Sócrates por su parte sólo afirma una cosa, que no sabe absolutamente nada. Por ende, claro que es normal no terminar de entender estas obras o posicionarse ante ellas con cierto recelo y desconfianza. Aunque es preciso alabar la perfección formal que se encuentra presente en la obra platónica, y ante esto, prácticamente todo el mundo sabe que Platón no solo fue un gran filósofo, sino que además un grandísimo escritor, esto es posible de recalcar debido que Alexandre Koyré evidencia en su Introducción a la lectura de Platón (1992), que “todos sus críticos e historiadores alaban unánimemente su incomparable talento literario, la riqueza y la variedad de su lengua, la belleza de sus descripciones y el vigor de su genio inventivo, todo el mundo reconoce que los diálogos platónicos son admirables composiciones dramáticas en las cuales nuestros ojos chocan y se confrontan las ideas de los hombres que las sustentan, y todos notan, al leer un diálogo de Platón, que podrá se representado, ser llevado a las tablas (p. 27)”.

En la representación que se posee de Sócrates a través de estos diálogos socráticos, Koyré (1992) indica que se puede vislumbrar un claro mensaje, el cual no es doctrinal, sino que corresponde a una enseñanza más bien orientada a una lección de método, pues Sócrates se dedica a enseñar con precisión el uso y el valor propio de las definiciones de los conceptos que eran empleados en los debates, dedicándose a corregir y a instar el correcto uso de dichos conceptos, pero no sin antes realizar una revisión profundamente crítica de las palabras emitidas por su adversario, el maestro Sócrates sólo se limitaba a rectificar lo poco que se sabía respecto de la lengua y sus usos, constituyendo en este método dialéctico un punto de partida oportuno para repensar el uso que se le daba a ciertos conceptos, los cuales eran mayormente usados en contextos no apropiados, perdiendo de esa forma el significado verdadero y puro de la palabra (p.25).

Pero al parecer, el pensamiento platónico fue creándose a partir de los antiguos problemas sin resolver que había legado Heráclito y los nuevos problemas que eran capaces de crear los discípulos de este pensador respecto al principio de flujo universal. Aunque si la teoría del flujo universal se hubiese limitado meramente a los fenómenos y a las cosas naturales, ni Sócrates ni Platón habrían tenido la posibilidad de entrar en la polémica de la manera tan radical en la que lo hicieron, esto se debe fundamentalmente a que se posicionaron en una mirada en la que se presume que, si este flujo es verdaderamente universal, entonces debe incluir al hombre, sus actos y también al conocimiento que el hombre posee respecto de las cosas. Y es precisamente en aquel punto en el cual Sócrates y Platón chocan con los postulados de los sofistas (Giannini, 1995, p.44).

Además, se sabe que Platón tuvo contacto con una secta religiosa de origen oriental, y es debido a ella que se vio influido en la concepción que posee de la separación tajante que existe entre la realidad perteneciente al cuerpo y la del alma, y además la profunda creencia que este pensador posee respecto a la idea de que el alma es indestructible, que posee una cualidad inmortal. Ahora bien, la concepción que posee del ser y del saber se vio fuertemente influenciada por el pensamiento de Parménides, pero en las cuestiones relacionadas con el alma se aprecia, como ya se ha mencionado antes, la influencia de los cultos órficos, y además de la secta filosófico-religiosa de los pitagóricos. Es debido a ellos que la doctrina de la reencarnación y la contraposición entre cuerpo y alma pasan a ser elementos de carácter propiamente platónico, y los textos fundamentales para vislumbrar esta psicología platónica son el Fedro, el Fedón, y obviamente, La República.

De acuerdo a lo anterior, es posible afirmar que el alma en Platón es pensada de acuerdo a los principios pitagóricos de la inmortalidad y la trasmigración de las almas, ya que, según las palabras de Platón, el alma es la causa de que el cuerpo logre vivir, esto significa que el alma es portadora de la vida y, por ende, no muere, lo único que muere en este caso es el cuerpo, el cual pertenece a la realidad sensible. El alma como portadora de vida es principio de movimiento de sí misma, ya que producto de su naturaleza y de sus continuas reencarnaciones, tiene por cualidad ser imperecedera. Además, el alma es quien provoca el movimiento que ejerce el cuerpo desde el interior. Por lo anterior mencionado es que el alma pertenece al mundo inteligible, ya que es inmaterial, se encarga de transformar el cuerpo del hombre, lo dota de sabiduría y lo pone en estrecho lazo con el conocimiento de la verdad. Frente a esto posible apreciar en Platón que el cuerpo corresponde a aquel lugar en el cual se instalan las pasiones, las injusticias y todos los actos negativos que afectan al hombre, pero el alma, a través de la educación, es la que puede llegar a alcanzar toda la virtud capaz de contrarrestar los actos negativos dotándose a sí misma de sabiduría (Chacón, 2012, p.140).

Además, es preciso hacer notar el pensamiento de Platón acerca de la naturaleza del alma, y respecto a esto se puede apreciar hacia el fin de la República, y a partir de múltiples discusiones sobre las partes y funciones del alma, que el tema es introducido de la siguiente manera:

¿Sabes, dije, que el alma es inmortal y que nunca se destruye?, y él (Glaucón) me miró sorprendido y dijo: no, por Zeus. ¿Puedes acaso demostrarlo?

                                                                                                            (608 d).

Desde épocas muy tempranas es posible encontrar la creencia de la inmortalidad respecto de aquella parte del hombre que es denominada psyche, la concepción del alma como la parte más elevada del hombre pareciera haber sido llevada a Grecia por algunos maestros místicos y profetas órficos, para ellos, esta psyche inmortal correspondía a la potencia intelectual del hombre. Para Platón, esta especie de inteligencia es lo más divino presente en el hombre y además, lo más esencialmente humano, puesto que es el único elemento que el hombre no comparte con el reino animal, importantísima diferencia que existe entre la doctrina platónica y la cristiana.

Por otra parte, se puede identificar que en la última conversación que Sócrates mantuvo con sus discípulos, se manifestó la inmortalidad del alma, ya que el maestro de Platón hace uso de aquella premisa para respaldar su tranquilo estado y falta de temor al enfrentarse a la muerte inminente. Ante esta manifestación, Sócrates se dedica a enumerar una serie de demostraciones que va desgranando a lo largo del dialogo presente en el Fedón, el cual es también conocido como, del Alma.

Dal Maschio (2015) insiste en que el primer argumento para la demostración de la preexistencia del alma descansa sobre un razonamiento un tanto curioso, pues en percepción del propio Sócrates no es posible poner en discusión el hecho de que todas las cosas se originan a partir de un contrario, pues “la belleza es lo contrario de la fealdad y lo justo de lo injusto, y a infinidad de otras cosas les sucede lo mismo”. Esta es razón suficiente, según este pensador, para probar además que desde los muertos se originan los seres vivientes, y a partir de ello necesariamente surge su contrario, el revivir, y si esto se da de tal manera, las almas de los vivos deben existir antes en algún lugar (p.104).

Mientras que el segundo argumento es el de la anamnesis, que destaca el hecho de que podemos llegar a conocer ideas como las de “igualdad”, que no existen como tales en el mundo sensible, por ende, sólo es posible acceder a ellas si ya hemos nacido con ellas, conociéndolas inclusive antes de nacer, a partir de lo cual se deduce que las almas existían antes de haberse unido a los cuerpos y que poseían un entendimiento previo. Con los argumentos de Sócrates queda más que clara la preexistencia del alma, pero no ha logrado demostrar cómo es que el alma sobrevive tras la muerte del cuerpo. Ante esto, Platón recurre a un razonamiento de carácter analógico que funciona del siguiente modo: se trata de comparar dos objetos, y se comprueba que el segundo comparte unas cuantas características esenciales con el primero, y a partir de allí se afirma que comparte todas las demás características del primero. Por ende, el auténtico ser (las Formas) es eterno, invisible, uniforme, indisoluble y siempre idéntico a sí mismo, por lo cual el alma también tiene la característica de ser indisoluble e invisible, ya que ella se relaciona con las Formas debe necesariamente pertenecer a la misma categoría que las Formas, y ser del mismo modo que ellas, eterna y siempre idéntica a sí misma.

La teoría de las Formas de Platón, en palabras de G. M. Grube (1987), constituye una aceptación de realidades absolutas, eternas, de carácter inmutable, universal y completamente independientes del mundo correspondiente a los fenómenos, por ejemplo, de la belleza absoluta, de la justicia absoluta y de la bondad absoluta derivan las entidades de todas aquellas cosas que son denominadas bellas, justas o buenas. La palabra idea en este contexto de estudio es una transliteración engañosa del término griego ίδέα, el cual en conjunto con su sinónimo είδος, es aplicada a menudo por Platón a estas realidades de carácter supremo y absoluto, y la traducción más aproximada para esto sería “forma” o “semblante”, pero el desarrollo de estos términos posee una larga historia. Aunque debido a lo anterior mencionado es más preciso hablar de una “teoría de las formas”, a pesar de que la expresión que se ha impregnado en la sociedad ha sido la de “teoría de las ideas” (p. 19).

Pero la escuela milesia de filosofía, aproximadamente dos siglos antes de Platón, tuvo la intensión de intentar reducir la variedad del mundo físico a una única sustancia subyacente. Ante la pregunta: ¿de qué está constituido el mundo?, Tales de Mileto constató que estaba constituido por agua, mientras que Anaxímenes afirmaba que todo estaba conformado por aire, mientras que Anaximandro, por otro lado, insistía en que todas las cosas estaban conformadas por un substrato material que denominó: lo finido o infinito (τό άπειρον). Y guiado por esta concepción, Parménides logró afirmar la existencia de lo Uno, aquello que se corresponde como algo eterno e inmóvil, negando por completo la realidad de todo cambio, y con ello, negando también la de todos los seres sensibles. Aunque esto sólo logró comprobar que la hipótesis de los milesios carecía de firmeza, era insuficiente, puesto que si la única Realidad es una sustancia ultima de carácter homogéneo, entonces no habrá nada capaz de dar cuenta de ningún movimiento, cambio o pluralidad, y al ser la única cosa existente, tiene por deber permanecer siendo siempre lo mismo, sin capacidad de transformarse nunca en alguna otra cosa y con ello, ninguna otra cosa poseería la capacidad de llegar a la existencia. Por otra parte, Heráclito insistía en la mutabilidad de las cosas, afirmando que todo se encuentra en movimiento, todo fluye, y si bien dejaba caer cierto peso creacional en el logos, atribuía al fuego también cierto tipo de realidad superior. Por cierto, se debe destacar que fue Empédocles quien logró resolver el enigma planteado por Parménides en su momento, y a partir de ello postuló cuatro elementos permanentes, fuego, aire, tierra y agua, y dos principios de movimiento, atracción y repulsión, o visto de otra manera, amor y odio, como logró determinarlas él poéticamente. Luego, Anaxágoras insistió en la permanencia de las cualidades y situó al nous o intelecto como origen del movimiento y principio que rige al universo. 

Todas estas teorías intentaban responder a la necesidad de saber qué fue aquello que se constituyó primeramente y que logró constituir todo lo demás. Frente a esto, nació la necesidad de una educación general que aumentaba a medida que se desarrollaba la democracia. Ante esto, Platón realizó el más grande acto de todos ellos, frente a las palabras de Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”, Platón lo interpretó a manera de que aquello que yo percibo o siento es verdadero para mí, mientras que aquello que tu sientes o percibes es verdadero ara ti, y que no existe ningún otro criterio de conocimiento.

En el Teeteto, Platón pone en manifiesto como a partir de lo anterior mencionado se deduce que conocimiento y sensación son lo mismo, de modo que resulta imposible llegar a un conocimiento real, y no cabe en ello ni la ciencia ni la filosofía. Además, existe evidencia contundente de que Gorgias había afirmado que no hay nada que conocer y que, si lo hubiese, no sería posible conocerlo, puesto que no podríamos comunicar nuestro conocimiento con los demás. Tal negación de las normas llevó a los sofistas a considerar la ley y la moralidad como meras convenciones. Y Platón describe a estas personas como gente que no vacila en predicar una doctrina que abarca un profundo egoísmo radical. De este modo, el escepticismo se abrió camino en la segunda mitad del siglo V, cuando Sócrates desplegaba apenas su actividad en Atenas, y Platón aceptó el método socrático que venía de la mano con él. En los diálogos platónicos es posible admirar la teoría de las Formas de manera bastante completa y desarrollada.

Ahora bien, el núcleo del pensamiento platónico radica en su ontología, las concepciones ontológicas y epistemológicas de este filósofo poseen una gran importancia para toda la tradición filosófica, partiendo por la concepción del término logos, el cual en griego se designa tanto para el pensar como para el discurso. La epistemología, por su parte corresponde al discurso acerca de la ciencia, o generalizando aún más, abarcaría lo que hoy en día es llamado la teoría del conocimiento, abarcando qué podemos conocer y cómo es que se produce el conocimiento. Estos dos ámbitos se vinculan estrechamente en la filosofía de Platón, puesto que a partir de ellos se llega descubrir cómo está conformada la realidad y en qué consiste.

Ante esto, Grube (1987) precisa que al volver la mirada hacia los diálogos platónicos, es posible que nos sorprenda inmediatamente el hecho de que la teoría de las Formas posee una inmensa amplitud, aunque ocupa un espacio relativamente escaso en sus obras, es posible encontrarla en el Fedón y el Banquete, y se mantendría presente altamente en los libros centrales de la Republica, en el Fedro y en Parménides, el cual destaca que ya es posible percibirla ya más estabilizada en un nivel en el cual la existencia de ciertas realidades trascendentes se dan definitivamente por garantizadas, pero no se ofrece una explicación completa de este supuesto, a pesar de que da el paso de entrada a muchos problemas que exigen una justa solución (p. 28).

Es preciso recalcar que, para Platón la ciencia verdadera, la única que es digna del hombre, no es posible aprenderla a través de los libros, no se le impone al alma a partir de lo que viene desde el exterior, sino que el alma la alcanza, la descubre, la inventa en sí y por sí misma, a través de su propio trabajo interior. Y las preguntas planteadas por Sócrates no hacen más que incitarla, fecundarla y guiarla, pues el alma misma debe darles una respuesta. Y quienes no pueden acceder a ella, bueno, Platón jamás pretendió que la filosofía fuese accesible para todo el mundo ni que cualquiera sea capaz de ejercitarse en ello, incluso se dedicó a enseñar todo lo contrario (Koyré, 1992, p. 31.)

A estas alturas el razonamiento de Platón se puede resumir más o menos así:

Cómo ya había afirmado en su momento Parménides, la razón muestra que el ser ha de ser idéntico a sí mismo e inmutable, pero a diferencia del eleático, no Uno, sino múltiple (las Formas).

Conocer significa conocer el ser, pues no es posible conocer el no ser. Ser y conocer son idénticos y, por consiguiente, el conocer ha de tener las mismas características del ser (fijo e inmutable).

Sin embargo, la información que nos proporcionan los sentidos es cambiante y engañosa. Un objeto en la distancia puede parecer más pequeño que el mismo objeto cuando está próximo a mí, cuando tengo fiebre me parece que hace frio, aunque no lo haga, por consiguiente, los sentidos no son fuente de conocimiento, sólo de opinión o de ignorancia.

Además, la realidad (las Formas) no son objeto de la experiencia porque no forman parte de este mundo.

*      En consecuencia, el conocimiento solo puede resultar del razonamiento puro sin la contaminación de los sentidos ni del cuerpo.

Con respecto a la filosofía política y a la filosofía moral de Platón, este pensador se refirió a ellas a través de la acción pura y dura. El problema político desempeña un papel importantísimo en la filosofía de Platón, aunque por supuesto, ningún griego podría verse desinteresado en la vida política. Sobre esto se podría mencionar que la obra completa de Platón esta subtendida por preocupaciones políticas, y que problemas tales como la enseñanza filosófica, el criterio y medio de formación de una elite no son más que problemas políticos tapizados. Como ya se ha mencionado antes, la muerte de Sócrates fue lo que abrasó el alma de Platón, y lo que encendió el fuego de la filosofía en ella. Esta impresión que le produjo su maestro y su recuerdo alimentaron la llama presente en la filosofía de Platón.

El Estado ideal para este filósofo se compone de tres clases que permanecen rígidamente separadas y cada una con funciones específicas. En el ápice se encuentran los filósofos-guardianes, que ordenan y gobiernan, luego los militares que velan por mantener el orden del Estado, y al final se encuentran los ciudadanos productores, cuya misión se limita a abastecer a la polis de los medios necesarios para subsistir. Con respecto a esta clase productora que se caracteriza por ser inferior, Platón no tiene mucho que decir, lo importante es que esta muchedumbre produzca y obedezca. Un Estado así organizado, en el que cada cual ocupa su lugar “natural” y cumple con las funciones que le corresponden se encamina firmemente hacia el Bien y la Justicia.  

Con respecto a la política de Platón, Dal Maschio (2015) indica que el alma justa sólo puede ser aquella en la que gobiernan los mismos principios del trabajo y gobierno que entre las tres clases sociales, las cuales se subdividen de la siguiente manera:

--->Alma racional                            gobierna

Alma irascible         --->           pone su energía al servicio de los designios del alma racional

    ---->Alma concupiscente                  meramente se pliega a ello

Platón destaca de manera bastante original los orígenes del Estado y la manera en la cual debe organizarse para garantizar la prosperidad y felicidad (del Estado). En la actualidad, esta manera de ver a la sociedad se podría asociar a una suerte de Mein Kampf. Sin embargo, antiguamente todo funcionada de otra manera, aunque no deja de ser una cuestión bastante delicada al darle un vistazo en perspectiva. No obstante, es indiscutible que Platón representa un gran hito en la historia de la filosofía debido a los temas que abarca en sus obras y sobre todo respecto a la metafísica, ya que delimita por primera vez en la historia casi todos los ámbitos que demarcan el cometido de la filosofía, y por otra parte está la importancia de su valor literario, que logró tener una influencia determinante en el desarrollo posterior de la filosofía (Dal Maschio, 2015, p. 122).

Para finalizar, se debe destacar que Platón realizó sus doctrinas filosóficas mediante mitos y alegorías. En su "teoría de las formas" sostuvo que el mundo sensible es solo una "sombra" de otra más real, imperecedera e inmutable. De ese mundo proviene el alma, pero el cuerpo del ser humano funciona a modo de cárcel para ella, y provienen desde allí también las ideas universales que conforman la realidad. Platón también es considerado como uno de los fundadores de la filosofía política al considerar que un Estado justo estaría gobernado por filósofos. Intentó también plasmar en un Estado real su original teoría política, razón por la cual viajó dos veces a Siracusa, Sicilia, con intenciones de poner en práctica allí su proyecto político, pero fracasó de una manera terrible en ambas ocasiones, de las cuales apenas logró salir con vida gracias a las acciones de sus opositores.

Sus ideas dieron base al llamado neoplatonismo, defendido por filósofos como Plotino y Porfirio, logró influir fuertemente y de manera directa en las religiones cristianas, judías e islámicas durante la Edad Media. El platonismo posteriormente fue criticado por filósofos como Nietzsche, Heidegger y Karl Popper. No obstante, su influencia como autor y pensador ha sido descomunal en toda la historia de la filosofía, de la que se ha dicho con frecuencia que alcanzó identidad como disciplina gracias a sus magníficas obras, dejando un legado invaluable y muy preciado que reside aun en la actualidad.

 

 


 

 

Referencias

 

*      Chacón, Ángel, et all. (2012). El sustrato platónico de las teorías pedagógicas. Tiempo de educar. Vol. 13, N° 25. UNAM, México. P. 139-143.

 

*      Dal Maschio, E. A. (2015). La verdad está en otra parte. Editorial Bonalletra Alcompas, S.L. ISBN: 978-84-17506-12-4. P. 13- 20, 50-75, 97- 122.

 

*      Giannini, Humberto. (1995) Breve historia de la filosofía. Editorial Universitaria. Santiago de Chile. ISBN: 956-11-0321-3. P. 43- 47.

 

*      Grube, G. M. A. (1987). El pensamiento de Platón. Traducción de Tomás Calvo Martínez. Editorial Gredos. Madrid, España. ISBN: 84-249-2211-5. P. 19- 25.                                                                     

 

*      Koyré, Alexandre. (1996). Introducción a la lectura de Patón. Alianza Editorial. Madrid, Espala. P. 23- 56.

 



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